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El amor del Padre
Del episodio titulado, Fuerza para no rendirseUna vez leí un artículo que hablaba de los elefantes jóvenes que vivían en un parque en África. En términos humanos podríamos decir que eran elefantes adolescentes. La razón del artículo era que esos elefantes se habían enloquecido y estaban haciendo cosas que los elefantes no hacen. Por ejemplo: atacaban a los rinocerontes y acosaban a los turistas.
Después de un cierto tiempo, los encargados del parque creyeron descubrir la razón de tal comportamiento: esos elefantes habían nacido en otro parque, pero como allí corrían peligro, de pequeños fueron trasladados a este nuevo parque que supuestamente tenía todo lo que podían necesitar. En pocas palabras, era un paraíso perfecto para elefantes — excepto por un problema: los habían trasladado sin sus papás elefantes. Debido a esto, esos elefantes jóvenes habían crecido sin tener un modelo de quien aprender cómo comportarse.
Lo mismo podemos decir que pasa con muchas personas a nivel espiritual. En su corazón tienen los mejores deseos, pero crecen sin tener un ejemplo espiritual que seguir. Muchos creen que un buen padre es quien enseña a sus hijos a usar un martillo y un serrucho, o a cazar un ciervo. Sin embargo, Dios dice que eso no es suficiente para ser el padre que Él quiere que seamos. El mayor regalo que Dios da a los padres es la posibilidad de enseñar a sus hijos cuánto Dios los ama.
El Señor fue muy claro cuando dijo en el Antiguo Testamento: "Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes" (Deuteronomio 6:6-7). Y algo muy similar nos dice en el Nuevo Testamento: "Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor" (Efesios 6:4).
Los niños necesitan aprender de sus padres que tienen un Salvador tan tierno como para tomarlos en sus brazos y bendecirlos, y tan fuerte como para cargar una cruz hasta el Calvario. Es nuestro deber hacerles saber a nuestros hijos que Jesús los amó tanto que aceptó, sin quejas, morir en lugar de ellos. A través de nuestras palabras y acciones tenemos que mostrar el gran amor de Dios. Ninguna otra cosa que hagamos por ellos va a ser más importante y más significativa que esto.
Extraído del sermón de La Hora Luterana predicado el 15 de junio de 2003 - Día del Padre