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Más grande que el amor de madre
Del episodio titulado, La virtud de la humanidadMiren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios.
Y lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.
Pero sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es.
1 Juan 3:1-2
La maestra de ciencia de séptimo grado comenzó una lección acerca del los imanes, diciendo: "mi nombre tiene cuatro letras, una de ellas es la letra "m", y me paso levantando cosas; ¿quién soy?" Teniendo en cuenta que la clase era de ciencia, sería de esperar que todos dijeran "imán". Sin embargo, no fue así: más de la mitad de la clase pensó que la palabra era "mamá". Es fácil entender por qué pensaron así.
La palabra "mamá" tiene cuatro letras, contiene la letra "m", y todos sabemos que las madres dedican mucho tiempo a levantar las cosas que los demás dejamos tiradas. Dicen las estadísticas que, para cuando un bebé llega a ser adulto, su madre habrá invertido 18.000 horas de trabajo en él, trabajo que no hubiera tenido que hacer si no hubiera tenido a ese bebé.
Las madres son seres especiales, en parte porque son las únicas personas que nos aceptan así como somos, más allá de que nos hayamos comportado bien o mal. Sólo las madres entienden al hijo adulto que llora como si tuviera siete años y sólo las madres acunan a sus hijas adultas como cuando eran bebés.
Pero, aun así, el amor de madre tiene limitaciones. Hay problemas que ni siquiera el amor de una madre, por más paciente y persuasivo que sea puede solucionar; hay lugares a los que simplemente no puede llegar; hay heridas que ni siquiera el amor de madre puede curar.
Es por ello que necesitamos de un amor más fuerte, más paciente y más puro aún que el que vemos en las mejores madres. En otras palabras, necesitamos el amor de Dios. Su amor no pasa por alto nuestras faltas y pecados, sino que los borra por completo; no cubre con excusas nuestra mala conducta, sino que nos transforma para que seamos cada vez mejores.
La mayoría de las madres limpian lo que sus hijos ensucian. Pero, no pueden hacer lo mismo cuando los hijos andan por los caminos equivocados. Sólo Jesús puede hacerlo. Sólo Jesús, por medio de su entrega total, puede levantarnos, limpiar nuestro pecado y transformarnos. Él es el Amor que hasta las madres admiran.
Extraído del sermón de La Hora Luterana predicado el 11 de mayo de 2003