La mejor manera de superar el resentimiento es detectando su origen. El camino de la superación comienza cuando descubrimos los pensamientos que lo causan y los sentimientos que este provoca, y aprendemos a entregarlo a Dios.
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La mejor manera de superar el resentimiento es detectando su origen. El camino de la superación comienza cuando descubrimos los pensamientos que lo causan y los sentimientos que este provoca, y aprendemos a entregarlo a Dios.
El resentimiento nos produce un malestar y nos quita la oportunidad de ser felices, creando sentimientos de amargura que, si no los atendemos a tiempo, echarán raíces en nuestro corazón.
En la revista PODER de noviembre del 2002, el mejicano Carlos Slim Helú, el sexto hombre más rico del mundo, dijo lo siguiente con respecto al éxito:
Yo creo que el éxito no está en lo económico. Una persona no es de éxito porque le va bien en los negocios, o profesionalmente, o saca un 10 en la escuela. Creo que eso es lo que menos vale. Lo que vale es tener los pies en la tierra, la familia, los amigos; apreciar las cosas que tienen valor verdadero... Pienso que a este concepto bien le puedo añadir una reflexión que me regaló mi madre:
Se cuenta que un niño y su padre iban regreso a casa en una noche oscura con tan sólo la ayuda de una linterna parpadeante. El niño se aferró a la mano de su padre y le dijo: "¡Papi, tengo miedo! La luz solamente alcanza a alumbrar un poquito del camino." El padre muy tranquilo le respondió: "Lo sé, hijo. Pero sigamos caminando y verás que la luz seguirá alumbrando nuestro camino hasta llegar a casa."
Muchos crecimos con la creencia de que "las palabras se las lleva el viento". O, dicho de otra forma, fuimos educados para ser fuertes frente a las ofensas o los insultos de los demás. En cierta forma, esa es una buena manera de encarar la vida porque las palabras no son más que eso, palabras, y por lo tanto no tienen por qué definir quiénes somos. Sin embargo, la realidad nos dice que las palabras no sólo pueden lastimarnos, sino que a menudo nos lastiman.
¿Ayer?...¡Eso hace tiempo!...
¿Mañana?... No nos es permitido saber...
Mañana puede ser muy tarde...
Para decir que amas, para decir que perdonas,
para decir que disculpas,
para decir que quieres intentar nuevamente...
Caminando a la orilla de un pequeño lago, observaba el revoloteo de las mariposas. El aire se sentía limpio e invitante, por lo que me senté bajo un viejo árbol. Las raíces del árbol sobresalían de la tierra al igual que las venas sobresalen en mis manos. En la distancia podía oír dos voces. La primera era gruesa como la mía y decía palabras placenteras en un tono de voz que habría ahuyentado a casi todo ser viviente. La otra, suave y tímida, preguntaba incesantemente acerca del por qué de todo lo que los rodeaba.
Dicen que un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre y decidió hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de conocer personas y de las oportunidades de aprendizaje que tenemos en esas experiencias.
Las autoridades de la escuela encontraron drogas en el casillero de una compañera de quinto grado de nuestra hija. Se suponía que eso no debía ocurrir a esa edad. Yo ni siquiera había ido todavía a la reunión obligatoria para padres sobre "Cómo hablar a su hijo acerca de las drogas". Pero cuando Cristina llegó de la escuela ese día, tuve muy en claro que era el momento indicado para tener nuestra primera conversación seria.
El orador se detuvo en una pausa que flotó en el escenario provocando que su audiencia lo mire con atención. Luego, con una voz pausada y serena, comenzó el cierre de su idea frente a un público en expectativa: "Recuerdo la vez que un pastor vino a mi consultorio financiero. Quería que le ayudáramos. Su salario era tan bajo, que había perdido su casa y estaba al borde de la bancarrota. Tenía tantas deudas, que no podía ni siquiera alimentar a su familia." Hizo una pausa más, y agregó: "¿Qué quieren que les diga? Yo no creo que Dios quiera que sus hijos vivan en esta pobreza." Y entonces, con una chispa de picardía que pasó desde sus ojos a su voz comentó: "Es cierto que el dinero no hace la felicidad, ¡pero ayuda!" A lo que todos nosotros asentimos con aplausos, silbidos y risas.
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