• marzo 18, 2021
  • El verdadero amor

  • Regresa

  • Detalle de lo tratado
    Introducción
    El amor como estilo de vida
    La decisión de juzgar
    Conclusión

    INTRODUCCIÓN
    Como ya les he contado muchas veces, yo tengo 7 hijos. Soy un papá muy afortunado y mis hijos lo saben. Cada uno de ellos tiene sus virtudes y fortalezas, pero la más chica de mis hijas tiene una fortaleza digna de admirar: ella sabe tomar decisiones drásticas y radicales. Cuando era una niña pequeña un día nos dijo: «Ya no me voy a chupar más el dedo», y nunca más se lo volvió a chupar. Ella sencillamente tomó la decisión y punto. Y así es en todas las áreas de su vida: ella toma una decisión y deja el alma atrás. Es muy fuerte.

    Pero muchos de nosotros no somos así. Nos cuesta decidir y como nos incomoda, entonces no decidimos nada y a última hora estamos en aprietos. La vida está llena de decisiones, y una de las más importantes es la decisión de amar. Porque el amor no es un sentimiento, sino una acción que decidimos realizar.

    El amor tampoco es una herramienta, mucho menos un arma, para manipular a las personas, sino el deseo de hacerle bien al otro. Y como toda decisión, hay que pensarlo, decidirlo y dejar el alma atrás, hay que vivirlo.

    EL AMOR COMO ESTILO DE VIDA
    ¿Qué quiere decir que el amor es un estilo de vida? Que es la decisión que tomas de aceptar a alguien tal como es, de no juzgarlo. En la Biblia encontramos el mejor ejemplo de amor: el amor de Jesús hacia nosotros. Así lo describe en 1 Corintios 13: «El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás dejará de existir…».

    Jesús decidió amarnos a pesar de nuestros pecados y errores (que a veces son horrores). Decidió pagar por nosotros en la cruz y perdonarnos sin merecerlo. Fue su decisión. Y nos dio la capacidad de amar así también.

    Pero nosotros decidimos usar o no ese don. ¿Cuándo fue la última vez que tú decidiste amar así? Y no estamos hablando solamente del amor de pareja, sino del amor en general: a tus compañeros de trabajo (incluyendo tus jefes) o de estudios (incluyendo tus profesores), a tus amigos y también a tus enemigos. ¿Con cuánta frecuencia decides hacer el bien y enfocarte en lo positivo de las otras personas? No es necesario que respondas.

    La buena noticia es que «la práctica hace al maestro». Si no tienes la costumbre de decidir amar, de llevar un estilo de vida de amor, todavía estás a tiempo.

    En la sección RECURSOS puedes descargar gratis
    el folleto «¿QUIÉN ES JESÚS?»

    LA DECISIÓN DE JUZGAR
    El problema es que nos resulta más fácil juzgar que amar. Nos encanta subirnos rápidamente al pedestal de juez y criticar a los demás porque no hicieron las cosas tan bien como pensamos que tenían que haberlas hecho. Nuestras palabras de juicio salen más fácilmente de nuestra boca que las palabras de aceptación y perdón. Y ésta es también una decisión.

    La realidad es que el diablo mordió a la humanidad y nos inyectó el veneno de la mentira, de la superstición, de la desconfianza, de la murmuración y del reproche constante a Dios (y a quienes nos rodean) por nuestra insatisfacción personal. Eso es el pecado. Y tú y yo podemos decidir, por causa del Espíritu Santo en nosotros, dejar de «chuparnos el dedo» como hizo mi hijita. Podemos decidir dejar de juzgar y comenzar a amar.

    CONCLUSIÓN
    Dios no envió a su Hijo Jesús al mundo para condenarnos, sino para salvarnos. Suena ilógico, ¿no? ¿Por qué decidió Dios salvar a personas como nosotros, desobedientes y murmuradores, destructores de nosotros mismos y del resto de la creación? Pero lo que para nosotros parece ilógico, no lo es para Dios. Él decidió amarnos pues sabe que no tenemos ninguna posibilidad de reconciliarnos con él, a no ser que seamos lavados por la sangre de Jesús.

    El amor de Dios es un amor que nos quiere bien, que no nos juzga, sino que nos perdona. Es un amor perfecto que es «paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás dejará de existir…»

    Es gracias a ese amor, que Dios no nos juzga según nuestras obras, nuestras dudas, nuestra desconfianza. Nos ama aun cuando, en lugar de perdonar a nuestro prójimo y de restablecer relaciones rotas, nos imponemos como jueces y condenamos a los demás. Nos seguimos chupando el dedo como cuando éramos niños. Pero Cristo, no vino a condenarnos sino a salvarnos de nosotros mismos, del diablo y de la muerte. Nosotros no tenemos ningún derecho de juzgar a otros. Esa es tarea divina.

    Nuestra tarea es ejercer el don del amor y decidir cada día amar a los demás. El amor no es un sentimiento, es una decisión que nos lleva a la acción. El amor no es una herramienta, mucho menos un arma, para manipular a las personas. Amar es querer hacerle bien al otro. Es un estilo de vida.


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