• junio 10, 2021
  • ¿A quién le echas la culpa?

  • Regresa

  • DETALLE DE LO TRATADO
    Introducción
    La culpa
    El Edén de la culpa
    Conclusión

    INTRODUCCIÓN
    En mi iglesia hay un muchacho que se dedica a comprar casas destruidas y baratas. Las repara y luego las vende a un mejor precio, lo que le genera una ganancia. Él me cuenta que, después que el dueño le ha mostrado todo lo dañado de la casa, intencionalmente y casi que sin pensarlo, él se imagina cómo puede quedar cuando termine las remodelaciones y reparaciones. Con su plan en mente, este joven empresario firma los documentos de traspaso de propiedad y compra la casa. Se va feliz porque al firmar ese documento, él pasa a ser el dueño de la casa. Y aunque ahora no se vea tan bonita, él sabe cuál será el resultado final.

    Eso me recuerda a cómo los seres humanos reaccionamos ante lo feo y destruido de nuestro pasado y la pesada culpa. Desde niños sabemos que nuestras malas acciones y errores tienen consecuencias. Por eso nos da vergüenza y sentimos culpa. La culpa es la respuesta inevitable de nuestra conciencia al vernos encarados con nuestros errores y malas decisiones. Y como no nos gusta cómo nos hace sentir la culpa, tendemos a querer echarle esa carga a otro.

    Así como los dueños anteriores de las casas que compra mi amigo ven sus casas feas y destruidas y por muchas y muy diferentes razones prefieren venderlas y pasarle esa carga a otra persona, así nos sentimos con nuestra vida muchas veces. Sentimos que nuestros errores y faltas son tan feos y pesados, que comenzamos a culpar al mundo entero con tal de traspasar ese peso a otra persona para sentir un poco de alivio.

    LA CULPA
    Y es que la culpa es una emoción auto consciente, que implica la reflexión sobre uno mismo. Nos podemos sentir culpables por una variedad de razones, incluyendo actos que hemos cometido (o pensamos haber cometido), por no haber hecho algo que debíamos haber hecho o por pensamientos que sentimos que son incorrectos.

    Sentir culpa después de haber fallado es normal y a menudo se puede remediar reconociendo nuestra falta, disculpándonos y tomando medidas para compensar cualquier dolor u ofensa que hayamos causado.

    Pero muchas veces la culpa se convierte en una carga demasiado pesada y todo lo que hacemos es ver la casa de nuestra vida destruida y fea y solamente queremos «venderle» esa culpa a alguien más. Estos sentimientos y reacciones pueden ser muy dañinos.

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    LA CULPA

    EL EDÉN DE LA CULPA
    Todo comenzó con Adán y Eva. Algo se había derrumbado desde el momento en que desobedecieron las claras reglas divinas. La serpiente, inofensiva a simple vista y encarnando al diablo mismo, sembró la duda en Adán y Eva y los desafió a dañar las casas de sus vidas con la desobediencia y el escenario en el Jardín de Edén cambia drásticamente.

    Dios viene, como era su costumbre, a conversar con lo más preciado de su creación: el ser humano. Y hace como si no lo encuentra, y lo llama, como ignorando lo que había sucedido. La pregunta de Dios: «¿Dónde andas?» es una clara muestra de que Dios reconoce la situación. Es como si Dios le preguntara a Adán: «¿En qué lío te has metido?» «¿Cómo dañaste así la casa que te entregué como vida?»

    Pero Dios ejercitó y sigue ejercitando la misericordia con sus criaturas y nos perdona. Claro, todo tiene consecuencias: la tierra ha sido denigrada por causa de la desobediencia y hay que trabajar duro para ganarse el sustento, hay complicaciones y descontento, las cosas no siempre salen como se planean, y también hay muerte temporal. Nadie ha escapado de esas consecuencias de la caída en pecado, y nadie escapará.

    CONCLUSIÓN
    Pero tenemos buenas noticias: en un sentido, cuando pecamos le estamos echando la culpa a Jesús. Lo hacemos literalmente: le tiramos nuestra propia culpa sobre sus hombros. Es como si Jesús llegara a nuestra vida destruida por pecados y fallas y, después de ver todo lo dañado de la casa de nuestra vida, intencionalmente él ve cómo puede quedar nuestra vida cuando él termine las remodelaciones y reparaciones.

    Con su plan en mente, Jesús firma los documentos de traspaso de propiedad de culpa y compra la casa de nuestra vida con el precio de su sangre en la cruz. Y se va feliz porque al firmar ese documento con su sangre, él pasa a ser el dueño de nuestra casa con todas las culpas de nuestros pecados. ¡Él es el nuevo dueño!

    Jesús murió por la fruta que comimos tú y yo. Jesús no buscó excusas delante de Dios. No huyó de la situación ni se ocultó entre los árboles. No buscó a quién echarle la culpa de lo mal que están las cosas, sino que accedió voluntariamente a cargar nuestra desobediencia y comparecer ante Dios y sufrir el castigo que nosotros merecemos por nuestro pecado.

    En la vida, muerte y resurrección de Jesús vemos la gran obra que Dios hizo para perdonar nuestro pecado y darnos nueva vida, temporal y eterna. Con Jesús a nuestro lado, ya no necesitamos echarle la culpa a nadie por nuestras faltas. A causa de Jesús asumimos nuestro pecado, lo confesamos abiertamente a Dios y dejamos que la sangre de su Hijo nos perdone y limpie completamente. Los que hemos sido bautizados ya vivimos esa nueva realidad de estar limpios a causa de Cristo, porque en nuestro Bautismo Dios nos hizo nacer de nuevo para vida eterna. La casa de nuestra vida ha sido completamente reconstruida y remodelada. Y el nuevo dueño nos deja vivir en ella.

    Hoy te proponemos que no te dejes llevar por la culpa de tus errores. ¡Nadie es perfecto! Todos cometemos errores porque somos seres humanos imperfectos y pecadores. Lo que nos toca es reconocer que hemos fallado y pedir perdón. No renuncies a la casa que representa tu vida. La casa de nuestra vida, aunque dañada por nuestras faltas, puede ser reconstruida y redecorada si la compra un buen arquitecto y diseñador.

    Jesús tomó la carga de nuestra culpa y nos da una nueva realidad, una nueva vida para disfrutarla aquí en la tierra y una vida eterna en el cielo. Así que, aunque sigamos teniendo consecuencias de nuestras acciones y decisiones, ya no tenemos que sentir culpa porque esa carga la llevó Jesús y la clavó en la cruz. Ya no es nuestra.


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