• mayo 5, 2022
  • El propósito de Dios a través de las madres

  • Regresa

  • Introducción

    Hoy queremos comenzar diciendo ¡feliz Día de la Madre! Este programa se lo dedicamos a ustedes, madres, ya que este próximo domingo aquí en los Estados Unidos celebramos el Día de la Madre. Por esa razón, hoy queremos conversar con ustedes acerca del rol de la madre en nuestras familias hispanas y agradecerles por su arduo trabajo. Vale aclarar que, cuando hablamos de «madres», nos estamos refiriendo tanto a las mamás biológicas como a las adoptivas y a todas esas mujeres que han dejado huellas en la vida de otras personas.

    Celebrando a las madres

    Cuando mis hijos eran pequeños, cada Día de la Madre me regalaban las manualidades que hacían en la escuela y en la iglesia. Desde tarjetas hechas a mano hasta pequeños envases de barro hechos por ellos mismos. Y qué lindo se siente en el corazón recibir estos regalitos, porque es su forma de expresar cariño y agradecimiento.

    Hace poco leí un post de una mamá que decía que su hijo de 10 años le había hecho una tarjeta que decía Feliz Día de la Madre y dentro de la tarjeta había puesto dos aspirinas. ¡Ese niño sabía que le traía bastantes dolores de cabeza a su mamá!

    Todos tenemos una forma especial de demostrar nuestro amor a nuestra madre. Y ¿qué tal los papás que deben regalarle algo especial a la madre de sus hijos? Muchos hombres tiemblan frente a este reto. Algunas madres saltarían de alegría con un regalo que tenga que ver con la cocina. Para mí, en cambio, sería un insulto ¡y mi esposo lo sabe!

    Entonces, para expresar nuestro amor de la forma en que nuestra madre lo entienda, tenemos que conocerla e invertir tiempo. En definitiva, lo que importa no es el precio de lo que le regalamos, sino que a través de ese regalo ella sepa cuánto la amamos y cuánto le agradecemos por todo lo que ha hecho y hace por nosotros.

    El trabajo y el rol de las madres latinas

    El asunto es expresar de alguna forma el amor a nuestra madre, ya sea biológica o adoptiva. Todos tenemos en nuestra vida a una tía, abuela, maestra o mujer de la iglesia que nos aconseja, cuida y ama. Las mujeres latinas somos así. Y generalmente, los latinos son leales a sus madres. Sabemos que, pase lo que pase, nuestra madre seguirá siendo leal. No importa lo que hagamos como hijos, mamá todavía se las arregla para amarnos. Una persona puede cometer un crimen indecible y todos le abandonarán, pero no mamá.

    Recordemos a María, la madre de Jesús. Yo creo que era latina. Mientras Jesús moría para quitar los pecados de la humanidad, casi todos lo habían abandonado. Avergonzados o asustados, la mayoría de sus amigos huyeron de su lado. Pero María, su madre, se quedó al pie de la cruz hasta el final.

    Pero, un momento, ¿es el Día de la Madre simplemente un momento para dar gracias por una «criada sufriente» que lucha y sufre por los pecados, acrobacias y travesuras de sus hijos?

    ¡No! En el Día de las Madre celebramos y honramos a todas esas madres cristianas que escriben en los corazones de sus hijos lo que la mano áspera del mundo no puede borrar. ¡Y lo hacen con amor! Recordamos a las madres biológicas, las madres adoptivas y las madres que nunca tuvieron un hijo que llamar suyo, pero que, sin embargo, encontraron dentro de sí mismas amar y hablar de Jesús a cuántos pudieron.

    Recordamos madres como la de Moisés en la Biblia que tanto amó a su hijo, que estuvo dispuesta a arriesgarse a la ira del faraón egipcio para mantenerlo a salvo. Pensamos en Loida y Eunice quienes, sin ayuda de ningún hombre, criaron al joven Timoteo en las enseñanzas de Jesús. Cada una de estas madres, y muchas otras que podrían ser incluidas en la lista, actuaron como representantes de Dios ante sus hijos. Cada una, a su manera, dio su vida por sus hijos y trató de reflejar el amor misericordioso de Dios.

    Este Día de la Madre, celebramos a estas heroicas madres de la historia. Pero celebramos más que el pasado. Este Día de la Madre celebramos a aquellas que, en nombre de Dios, el día de hoy están mostrando a sus hijos que el amor de Jesús puede vencer la soledad y los retos difíciles de este mundo.

    Las madres son las únicas con las que podemos contar para aceptarnos como somos, sin importar lo que hayamos hecho mal. Las madres son las únicas cuyo amor sigue amándonos a pesar de nuestra pecaminosidad, errores y horrores. Las madres son las únicas que confían en nosotros cuando nadie más lo hace. Las madres son las únicas que nos reciben y aman así como somos. Solo las madres abrazan a sus hijos adultos y fuertes sollozando como si tuvieran siete años y acunan a su hija exitosa como si siguiera siendo su pequeña bebé.

    El rol principal de una madre

    Sin embargo, y puede que las madres no quieran escuchar esto, la verdad es que hay algunos problemas que el amor de una madre, por paciente y poderoso que sea, simplemente no puede resolver. Hay lugares donde el amor de una madre, por grande que sea, simplemente no puede llegar. Hay heridas tan horribles y dañinas, tan profundas y peligrosas, tan dolorosas y persistentes, que el amor de una madre, por más amable y curativo que sea, no puede sanar. Y hay un momento en que llega la muerte y se cava la tumba donde el amor de una madre no puede hacer más que derramar sus lágrimas.

    Pero las madres cristianas no están solas. Las madres cristianas reconocen que su amor y esperanza, por más fuertes que sean por sus hijos, son pequeños en comparación con el amor de Jesús. Las madres cristianas saben que la soledad y retos de sus hijos solo pueden ser realmente cambiados por el amor de Jesús. Las madres cristianas saben que sus hijos no tienen que estar solos. El consuelo y la compañía, el perdón y la salvación llegan a sus hijos cuando ellos conocen al Señor. Las madres cristianas saben que lo mejor que pueden hacer es presentar a sus hijos a Jesús.

    Quisiéramos aprovechar para invitarte a que descargue gratis en la sección recursos el folleto «Descubriendo quién eres«. Creemos que le puede ayudar a mostrarle a Jesús a sus hijos.

    Conclusión

    * El amor de madre puede aceptarnos como somos, pero el amor de Dios en Jesús nos cambia a lo que Él quiere que seamos.

    * El amor de madre puede soportar nuestra pecaminosidad y errores, pero el amor de Dios perdona el pecado y transforma al pecador.

    * El amor de madre puede aliviar la soledad, pero el amor de Dios nos asegura que nunca estaremos solos en este mundo o en el próximo.

    * El amor de madre nos acepta como somos, pero el amor de Dios nos transforma y moldea en personas redimidas, restauradas y perdonadas por la sangre de Jesucristo.

    * El amor de madre es una gran bendición y una causa para alegría y celebración continua. Pero el amor de Dios es la mayor de las bendiciones y motivo de alegría eterna.

    Mira lo que nuestro Señor ha hecho. Él ha hecho lo que ninguna madre consideraría. Él envió a su Hijo a cargar con nuestras culpas y morir por nosotros. Jesús nació con el propósito único de ser el amor encarnado de Dios por los pecadores mocosos, desagradables, impenitentes, irreverentes e irresponsables como nosotros.

    Querida madre: mira a tus hijos pequeños, adolescentes, adultos jóvenes o con familias propias, y mira a tus nietos creciendo en un mundo diferente del que te habías imaginado. Míralos. ¿Te encantan, los amas? ¡Por supuesto que sí! ¡Has dado tu vida por ellos!

    Sin embargo, Dios los ama con un amor mayor aún. Dios los ama con un amor más profundo y duradero que el tuyo. Y si hoy tus hijos o tus nietos no conocen a Jesús como su Salvador, no pierdas la oportunidad de presentárselo. Sufriste mucho y soportaste un gran dolor para dar vida física a tus hijos. Ahora, entonces, lleva a esos niños a Jesús que también sufrió mucho y soportó dolor para darles vida espiritual. No esperes. No reflexiones. No lo dudes ni un minuto, ni un momento más.

    Sin Dios, tu hijo está muriendo espiritualmente. Pero hay una cura. Es Jesús. Una madre reconoce que su hijo es una persona completa: cuerpo y alma. Esa madre cuidará el cuerpo de su bebé, sin duda, pero cuidará tanto, si no más, el alma de su hijo. Y eso significa llevarle a Jesús. Esa es una tarea de por vida, tu verdadero rol y propósito como madre. Y nunca es tarde para comenzar.


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