Nunca es fácil atravesar por un problema, una enfermedad o una limitación que se sale de nuestro alcance. Nuestro primer impulso es pedirle a Dios que nos quite la aflicción. Sin embargo, son los momentos difíciles los que nos hacen fuertes. Escuchemos el testimonio del apóstol Pablo:
«Sé vivir con limitaciones, y también sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado,
tanto para estar satisfecho como para tener hambre, lo mismo para tener abundancia que
para sufrir necesidad; ¡todo lo puedo en Cristo que me fortalece!»
Filipenses 4:12-13
Aferrado a Cristo, toda tormenta de la vida te hará más fuerte para seguir adelante. Que la esperanza cierta que Dios nos da en su Palabra nos sostenga hasta el final.
Se dice que los ojos son nuestra ventana al mundo, ya que a través de ellos disfrutamos de la hermosa creación de Dios. También son una herramienta que nos permite enfocarnos con precisión, aunque fácilmente pueden enfocarse incorrectamente. En su carta a los efesios, el apóstol Pablo nos dice:
«… hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras,
las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas.»
Efesios 2:10
Pidámosle a Dios que nos ayude a dejar de mirarnos a nosotros mismos para enfocarnos en la razón por la cual fuimos creados, esto es, responder al llamado de Dios de hacer el bien a quienes nos rodean.
Nuestros pensamientos son las semillas que plantamos en nuestra mente, y de su cultivo depende la cosecha de nuestras acciones y actitudes. Como seres reflexivos, somos desafiados a dirigir nuestra mente hacia pensamientos nobles que reflejen la verdad y la bondad. En Filipenses 4 leemos:
“… todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten” (Filipenses 4:8 LBLA)
Este versículo nos orienta hacia una reflexión consciente, cultivando los pensamientos que honren a Dios y edifiquen nuestras vidas. Gobernar nuestros pensamientos es más que un ejercicio de autocontrol; es un acto de adoración y transformación, porque la calidad de nuestros pensamientos afecta directamente la calidad de nuestra vida.
Las actitudes son las pinturas con las que coloreamos la tela de nuestras vida y las canciones que se escuchan en nuestras interacciones diarias. Somos desafiados a sembrar actitudes que reflejen la luz y el amor divino, por lo que cultivar actitudes saludables no es sólo un ejercicio externo, sino un proceso interno de renovación. En Efesios 4 leemos:
“Dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes” (Efesios 4:23b NTV)
Busquemos diariamente alinear nuestras actitudes con la verdad y el amor de Dios. En la medida en que lo hacemos, vamos reflejando cada vez más el carácter de Cristo y participamos en la construcción de un mundo donde el amor y la gracia divina resplandecen. Seamos hoy una fuente de luz y esperanza para quienes se cruzan nuestro camino.
La avaricia es una trampa sutil que busca enredar nuestros corazones en la búsqueda desenfrenada de más. En un mundo que a menudo aplaude la acumulación, constantemente enfrentamos el desafío de resistir la llamada de la avaricia y abrazar la generosidad. En Lucas 12, Jesús nos dice las siguientes palabras de advertencia:
«Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea» (Lucas 12:15b)
La verdadera riqueza no se mide por lo que poseemos, sino por la calidad de nuestra relación con Dios y con el prójimo. En lugar de buscar acumular más cosas, busquemos oportunidades para ser canales de bendición y generosidad en la vida de los demás. Porque, como dijo Jesús, “Más bienaventurado es dar que recibir.”
La debilidad, a menudo vista como una limitación, puede ser la plataforma desde la cual experimentamos la fortaleza divina. Porque es en nuestra debilidad que descubrimos la gracia y el poder de Dios operando en formas sorprendentes. Escuchemos el consuelo que Dios nos ofrece en medio de nuestra debilidad, a través de las palabras de 2 Corintios 12, donde dice:
«Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Corintios 12:9b RVR1960)
Nuestra debilidad, lejos de ser un obstáculo insuperable, se convierte en un terreno fértil para la manifestación del poder de Dios. Aprendamos, entonces, a ver nuestras limitaciones no como fracasos, sino como oportunidades para experimentar la gracia y la fortaleza de Dios de maneras asombrosas.
Cada día enfrentamos encrucijadas y tenemos que tomar decisiones que van formando los caminos de nuestra vida. La toma de decisiones, aunque a menudo desafiante, se vuelve una travesía menos temerosa cuando la encomendamos a Dios. En lugar de depender únicamente de nuestra sabiduría limitada, confiemos en el Señor que conoce el fin desde el principio. Escuchemos las palabras de Proverbios 3, donde dice:
«Pon toda tu confianza en Dios y no en lo mucho que sabes. Toma en cuenta a Dios en todas tus acciones, y él te ayudará en todo» (Proverbios 3:5-6 TLA)
En momentos de decisión, recordemos que podemos acudir a Dios, la fuente suprema de sabiduría, y pedir su ayuda con confianza. Quien confía en la guía de Dios puede tomar decisiones con valentía, sabiendo que incluso en lo desconocido, el Señor le dirige hacia Su propósito.
En la vida nos encontramos con la dolorosa realidad de que la maldad existe. Esta se manifiesta de diversas formas, desde acciones injustas hasta intenciones malvadas. ¿Cómo, entonces, podemos comprender y enfrentar la maldad? En Juan 1, leemos lo siguiente:
«La luz brilla en la oscuridad, y la oscuridad jamás podrá apagarla» (Juan 1:5 NTV)
Es que la luz de Dios siempre supera la oscuridad. No importa cuán densa sea la maldad que enfrentamos; la luz de Jesús resplandece con una fuerza que las tinieblas no pueden extinguir.
Entonces, enfrentemos la maldad con valentía, sabiendo que nuestra fe en Dios nos capacita para ser luces en la oscuridad y agentes de cambio en un mundo necesitado de redención. Frente a la maldad no estamos desamparados, porque Cristo siempre va a estar por encima de ella.
Hay momentos en la vida en los que nos sentimos derrotados, abrumados por las circunstancias y desalentados por los desafíos. En esos abismos emocionales, es fácil perder de vista la esperanza y sucumbir al desánimo. Es entonces cuando encontramos consuelo en la Palabra de Dios. El Salmo 34 nos dice:
«Cercano está el Señor para salvar a los que tienen roto el corazón y el espíritu» (Salmo 34:18)
En los momentos de derrota, recordemos que nuestra esperanza no está basada en circunstancias cambiantes, sino en un Dios inmutable. Cuando todo parece desmoronarse, la cercanía de Dios en nuestro quebrantamiento y su promesa de renovación nos sostienen. Cuando te sientas derrotado, eleva tus ojos a Aquél que es tu fortaleza y tu salvación, confiando en que la esperanza en Cristo nunca falla.
¿Qué es la paciencia? La paciencia no es simplemente tolerar la demora, sino confiar en el tiempo perfecto de Dios. La paciencia, a menudo desafiante pero siempre enriquecedora, es un fruto del Espíritu Santo que se manifiesta en nuestra vida cristiana. La Palabra de Dios nos dice en Gálatas 5:
«En cambio, la clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio» (Gálatas 5:22-23 NTV)
La paciencia no sólo es una virtud, sino una actitud de esperar activamente y con confianza en la provisión de nuestro Señor Jesucristo. Oremos para que nuestra paciencia refleje nuestra esperanza firme en el Señor y nuestro reconocimiento de su soberanía en todas las cosas.