Como padres, abuelos o amigos, es importante recordar que nuestros seres queridos tienen dones, talentos, habilidades y pasiones únicas que Dios les ha dado. A nosotros nos corresponde animarles a descubrir y desarrollar esos dones, sin imponer nuestras propias expectativas o ambiciones en ellos. La Biblia dice en 1 Corintios 9:
«Si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa;
pero, si lo hago por obligación,
no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado»
(1 Corintios 9:17b CST)
Cada persona tiene su propio camino y propósito en la vida. Nuestras decisiones no deben estar motivadas por la presión de otros, sino por lo que hayamos decidido en nuestro corazón de acuerdo a la voluntad de Dios. Solo así tendremos alegría en lo que hacemos.
La envidia es un sentimiento que afecta nuestras vidas de muchas maneras. A veces sentimos envidia de los logros, las posesiones o las relaciones de otras personas, y esto nos causa resentimiento e insatisfacción. La Biblia nos dice en Proverbios 14:
«Un corazón apacible infunde vida al cuerpo,
pero la envidia corroe hasta los huesos» (Proverbios 14:30)
Amigos: la envidia no sólo afecta nuestra felicidad y bienestar emocional, sino que también tiene un impacto negativo en nuestra salud física y espiritual. Jesús nos enseñó a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto implica celebrar los éxitos y las bendiciones de los demás. Alguien más puede tener lo que deseamos, pero eso no disminuye nuestra propia valía ni el amor incondicional que Dios tiene por nosotros.
La regla de oro es un principio fundamental que nos enseña a tratar a los demás como nos gusta que nos traten a nosotros practicando la empatía, poniéndonos en el lugar del otro y considerando sus necesidades y sentimientos. Es un deber, pero también un privilegio, buscar el bienestar de los demás mostrando bondad, respeto, compasión y perdón. En el Evangelio de Mateo 7 leemos:
«Así que en todo traten ustedes a los demás
tal y como quieren que ellos los traten a ustedes…» (Mateo 7:12a NVI)
Esta escritura resume el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En nuestras interacciones diarias, en nuestras relaciones y en nuestras decisiones, esforcémonos por tratar a los demás con amor, justicia y misericordia, extendiendo una mano amiga y brindando apoyo cada vez que sea necesario.
Agradar a nuestro prójimo no significa sacrificar nuestra identidad o autoestima. Debemos establecer límites saludables y comunicarnos abierta y sinceramente sobre nuestras necesidades y deseos. Agradar a los demás sin hacernos daño a nosotros mismos es un tema importante en las relaciones humanas, e implica tener una actitud humilde y considerada. La Biblia nos dice en Filipenses 2:
«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien,
con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.
Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses,
sino también por los intereses de los demás» (Filipenses 2:3-4 NVI)
Recordemos que no estamos en este mundo para vivir solo para nosotros, sino para hacer una diferencia en la vida de quienes nos rodean. Busquemos, entonces, el equilibrio entre nuestras necesidades, las de los demás y la voluntad de Dios para nuestras vidas.
La depresión es algo difícil con lo que muchas personas tienen que luchar a lo largo de su vida. Pero tú y yo podemos hacer la diferencia si nos proponemos ser una fuente de apoyo y aliento. Si conoces a una persona que está sufriendo de depresión, te invito a que pongas en práctica lo que leemos en la Biblia, en 1 Tesalonicenses 5, donde dice:
«Por eso, anímense y edifíquense unos a otros,
tal como lo vienen haciendo» (1 Tesalonicenses 5:11 NVI)
Esta escritura nos insta a animarnos y edificarnos mutuamente, recordando que en Dios y en su Palabra hay ayuda y consuelo. Entonces, haz que tus acciones reflejen el amor y la esperanza de Cristo en medio de las dificultades.
De nosotros depende fomentar una cultura de honestidad y cultivar un ambiente de confianza en nuestros hogares, donde nuestros seres queridos se sientan seguros para ser ellos mismos y compartir sus preocupaciones. Una de las cosas que debemos hacer para lograrlo, es eliminar la mentira. La Biblia nos exhorta en Efesios 4 con las siguientes palabras:
«Por lo tanto, dejando la mentira,
hable cada uno a su prójimo con la verdad,
porque todos somos miembros de un mismo cuerpo» (Efesios 4:25 NVI)
En esta escritura se nos insta a ser honestos y transparentes en nuestras relaciones, reconociendo que la verdad es fundamental para construir vínculos sólidos. Mentir nunca debe ser una opción. En lugar de mentir, busquemos formas de comunicarnos con amor y sabiduría, manteniendo la confidencialidad necesaria cuando sea apropiado.
La paz interior es un anhelo común en la vida de las personas. Todos buscamos la tranquilidad y armonía interna que nos permita enfrentar los desafíos de la vida. La fuente de esa paz interior tan anhelada la encontramos en la Biblia en Filipenses 4, donde dice:
«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:7)
Esta hermosa escritura nos revela que la paz verdadera proviene de Dios. Es una paz que va más allá de nuestra comprensión humana y que tiene el poder de guardar nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús.
Confía plenamente en Dios y entrégale tus preocupaciones y cargas, sabiendo que en todo momento puedes buscar su guía y fortaleza acudiendo a Él en oración.
Aunque tengas tu mundo hecho pedazos hay un lugar reservado para ti en los brazos del Señor. Yo sé muy bien que los problemas nos agobian y nos sacan lágrimas. Pero también sé que en esos momentos el Señor nos carga, nos consuela y nos dice ‘pon tu cabeza sobre mis hombros que yo me encargo de esto’. El mejor lugar donde puede estar el problema que tienes hoy es en las manos del Señor Jesús. Dice el Salmo 55:
«Mi amigo, te aconsejo que pongas en manos de Dios todo lo que te preocupa; ¡él te dará su apoyo! ¡Dios nunca deja fracasar a los que lo obedecen! ¡Por eso siempre confío en él!» (Salmo 55:22b TLA).
¿Estás enfrentando problemas o dificultades? No esperes más. Ponlos hoy mismo en las manos del Señor.
De la misma manera que la salud física depende, en buena parte, de la dieta alimenticia, así también nuestra salud mental y espiritual dependen, en mayor proporción todavía que la corporal, de lo que nutre a nuestra mente. La variedad de medios de comunicación que tenemos hoy en día, el internet, las redes sociales, etc., pueden servir para bendecirnos o para dañarnos, ya que nos alimentan con cosas que nos benefician, pero también que nos perjudican. Recordemos lo que la Palabra de Dios nos dice en Filipenses 4:
«Piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello» (Filipenses 4:8).
¿Qué cosas están nutriendo tu corazón y tu mente? Te invito a que, a partir de hoy, te propongas alimentarte solo con aquello que honra a Dios.
Muchas personas viven en ambientes donde las ansias de poder, la corrupción, el amor al dinero, la pérdida de los valores morales, en fin, el deseo de aprovecharse de todo sin importarles el daño que puedan ocasionar a terceros, les quita la paz. No podemos esperar un mundo en paz, cuando hay tantos viviendo vidas egoístas, tristes, amargadas, con pasiones bajas y deseos de venganza. Necesitamos una paz que este mundo no puede dar. Esa paz la encontramos solo en Jesús, el Príncipe de Paz. En el Evangelio según San Juan 14, Jesús dice:
«La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo» (Juan 14:27).
Te invito a que le pidas al Señor que te llene de su paz, para luego poder compartirla con quienes te rodean.