Los celos son un sentimiento que puede corroer nuestro corazón y afectar nuestras relaciones. Pero Dios nos llama a vivir en armonía y humildad, por lo que, con Su ayuda, debemos evitarlos. Cuando permitimos que los celos se arraiguen en nosotros, nos apartamos de la paz y la alegría que Dios desea para nuestras vidas. En Santiago 3 se nos insta:
«Pero si ustedes lo hacen todo por envidia o por celos, vivirán tristes y amargados; no tendrán nada de qué sentirse orgullosos, y faltarán a la verdad» (Santiago 3:14 TLA)
Busquemos el poder de Dios para superar los celos, encomendando nuestras emociones a Él. Al hacerlo podremos vivir en libertad, amando y apoyando genuinamente a quienes nos rodean y disfrutando las bendiciones que Dios nos ha dado.
El respeto es muy importante, ya que refleja el amor y la consideración que tenemos hacia Dios y hacia nuestros semejantes. Uno de los conflictos que se hace más difícil de resolver en las relaciones interpersonales es precisamente la falta de respeto. Dios nos llama a tratar a cada persona con dignidad y respeto, independientemente de nuestras diferencias. En 1 Pedro 2 leemos:
«Den a todos el debido respeto: amen a los hermanos,
teman a Dios, respeten al rey» (1 Pedro 2:17 NVI)
Hagamos todo lo posible cada día para mostrar respeto con nuestras palabras y acciones. Al hacerlo estaremos contribuyendo a construir relaciones saludables y armoniosas en nuestra familia, en nuestra comunidad y en el mundo, y honraremos la Palara de Dios.
La sinceridad es un valor fundamental en la vida, pues se basa en la verdad y la transparencia en todas nuestras acciones y palabras. Cuando somos sinceros, construimos relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo. La sinceridad nos libera de la carga de las mentiras y nos acerca más a una vida de integridad. En el libro de Proverbios 12 leemos:
«Dios no soporta a los mentirosos,
pero ama a la gente sincera»
(Proverbios 12:22 TLA)
Dios quiere que vivamos con sinceridad en todas nuestras relaciones y situaciones. El ser sinceros no sólo es agradable a Dios, sino que nos permite tener una conexión más profunda con los demás. Es mi oración que cada día busquemos la guía de Dios para vivir con sinceridad.
Dios nos ha dado la responsabilidad y el privilegio de enseñar a nuestros hijos a amarle a Él y al prójimo, a enseñarles a ser honestos e íntegros, a tener compasión y ser generosos. Enseñarles esos valores no implica simplemente transmitir conocimiento, sino también vivir de acuerdo con esos valores en nuestras propias vidas. Nuestro ejemplo es fundamental para que ellos comprendan y adopten esos principios en sus vidas. La Palabra de Dios nos dice en Tito 2:
«Tú mismo tienes que ser un buen ejemplo en todo.
Enséñales a hacer el bien y, cuando lo hagas,
hazlo con seriedad y honestidad» (Tito 2:7 TLA)
No perdamos la oportunidad única que tenemos de educar y moldear la mente, el corazón y la vida toda de nuestros hijos para que sean ciudadanos respetables, pero sobre todo, hijos de Dios.
El inicio de un nuevo año es una oportunidad para reflexionar sobre el pasado y mirar con esperanza hacia el futuro. En Filipenses 3, el apóstol Pablo nos inspira:
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:13-14 RVR1960)
Así como Pablo nos anima a enfocarnos en lo que está por delante, el nuevo año es un momento para soltar las cargas del pasado y avanzar con fe y esperanza hacia lo que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros.
Es nuestro deseo y oración que cada uno de ustedes pueda comenzar este año confiando en la presencia, el cuidado y el amor constante de Dios en su vida y que sigan Su guía en cada paso que den, sabiendo que el Señor es eternamente fiel.
La Navidad es un tiempo especial para reflexionar sobre el amor de Dios manifestado en el nacimiento de Jesús. En medio de las festividades y los regalos, recordemos que el verdadero significado de esta temporada es el regalo de la salvación y la esperanza que encontramos en Cristo. En Lucas 2 el ángel le dijo a los pastores:
«No tengan miedo.
Miren que traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo.
Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador,
que es Cristo el Señor»
(Lucas 2:10b-11)
Que en esta Navidad, cada uno de nosotros podamos valorar el sacrificio de Dios al enviar a su Hijo para redimirnos, y compartamos ese amor y esperanza con los demás.
Como padres, abuelos o amigos, es importante recordar que nuestros seres queridos tienen dones, talentos, habilidades y pasiones únicas que Dios les ha dado. A nosotros nos corresponde animarles a descubrir y desarrollar esos dones, sin imponer nuestras propias expectativas o ambiciones en ellos. La Biblia dice en 1 Corintios 9:
«Si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa;
pero, si lo hago por obligación,
no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado»
(1 Corintios 9:17b CST)
Cada persona tiene su propio camino y propósito en la vida. Nuestras decisiones no deben estar motivadas por la presión de otros, sino por lo que hayamos decidido en nuestro corazón de acuerdo a la voluntad de Dios. Solo así tendremos alegría en lo que hacemos.
La envidia es un sentimiento que afecta nuestras vidas de muchas maneras. A veces sentimos envidia de los logros, las posesiones o las relaciones de otras personas, y esto nos causa resentimiento e insatisfacción. La Biblia nos dice en Proverbios 14:
«Un corazón apacible infunde vida al cuerpo,
pero la envidia corroe hasta los huesos» (Proverbios 14:30)
Amigos: la envidia no sólo afecta nuestra felicidad y bienestar emocional, sino que también tiene un impacto negativo en nuestra salud física y espiritual. Jesús nos enseñó a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto implica celebrar los éxitos y las bendiciones de los demás. Alguien más puede tener lo que deseamos, pero eso no disminuye nuestra propia valía ni el amor incondicional que Dios tiene por nosotros.
La regla de oro es un principio fundamental que nos enseña a tratar a los demás como nos gusta que nos traten a nosotros practicando la empatía, poniéndonos en el lugar del otro y considerando sus necesidades y sentimientos. Es un deber, pero también un privilegio, buscar el bienestar de los demás mostrando bondad, respeto, compasión y perdón. En el Evangelio de Mateo 7 leemos:
«Así que en todo traten ustedes a los demás
tal y como quieren que ellos los traten a ustedes…» (Mateo 7:12a NVI)
Esta escritura resume el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En nuestras interacciones diarias, en nuestras relaciones y en nuestras decisiones, esforcémonos por tratar a los demás con amor, justicia y misericordia, extendiendo una mano amiga y brindando apoyo cada vez que sea necesario.
Agradar a nuestro prójimo no significa sacrificar nuestra identidad o autoestima. Debemos establecer límites saludables y comunicarnos abierta y sinceramente sobre nuestras necesidades y deseos. Agradar a los demás sin hacernos daño a nosotros mismos es un tema importante en las relaciones humanas, e implica tener una actitud humilde y considerada. La Biblia nos dice en Filipenses 2:
«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien,
con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.
Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses,
sino también por los intereses de los demás» (Filipenses 2:3-4 NVI)
Recordemos que no estamos en este mundo para vivir solo para nosotros, sino para hacer una diferencia en la vida de quienes nos rodean. Busquemos, entonces, el equilibrio entre nuestras necesidades, las de los demás y la voluntad de Dios para nuestras vidas.